Esta es la historia de Bingo, un encantador galgo español al que siempre le ha gustado correr, perseguir gatos y dar largos paseos. Es un perro alegre y vital, el niño consentido de toda su familia.
Pero hoy los dueños de Bingo se encuentran ante una difícil decisión.
Bingo está tendido en la camilla fría y metálica del veterinario, y los humanos deben decidir si vive sin poder correr nunca más, sin poder apenas andar, o si lo dejan dormir para siempre.
Bingo ha sido atropellado.
Bingo vio a un gato durante el paseo. Le encanta perseguir gatos; impulsan su instinto cazador de lebrel. A su dueño simplemente se le escapó la correa de las manos. Bingo echó a correr. Cruzó la carretera. Su dueño le llamó, pero, ¡ay!, nunca se había preocupado en enseñarle a responder.
Venía un coche. Bingo no lo vio. El conductor no pudo esquivarlo.
Hoy, Bingo yace moribundo en la camilla del veterinario, y ya no puede mover las patas de atrás. No hay nada que se pueda hacer por él.
Hay muchos errores en esta historia, mucho de lo que los dueños se arrepentirán el resto de sus vidas. No enseñarle a no perseguir gatos es uno de ellos. No enseñarle a no tirar de la correa. Pero el peor, el que podía haberle salvado la vida en última instancia, fue no enseñarle a responder cuando le llamaban.
A diario hay accidentes como este en todas partes del mundo. Dueños laxos en su educación, que dicen que «no es para tanto»; dueños que se sorprenden porque el perro responde en casa pero no en la calle; perros que, simplemente, se distraen y no siempre vienen cuando se lo dicen.
Perros cuya vida peligra en la calle, donde todo está lleno de distracciones y riesgos.
Piensa muy bien su tu perro viene cuando lo llamas. Piensa muy bien si acude a tu llamada, o por el contrario a veces, aunque solo sea a veces, te ignora y hace lo que quiere.
Si es así, ten mucho cuidado, porque el peligro está a la vuelta de la esquina.
*Enséñale a responder a tu llamado*
No pierdas tiempo. No te arriesgues. No dejes que tu perro acabe como tantos perros cuyos dueños fueron laxos al educarlos.
Marcos Mendoza